Un revólver en mi cabeza me cuestiona sobre la génesis de aquel amor. En el que quien responde con canciones, espera una confirmación. En el que él tiembla al vernos pasar, el mismo que por las noches me dice te amo y sus palabras se esfuman en el desvarío de mis días.


Sus ojos impregnados de lluvia prometen lo esquivo de la soledad. Toda hasta tus entrañas de fémina quiero poseer. Será esto la irrealidad de los sueños, lo vibrante, la pasión que rompe la cotidianeidad. Eres un sueño, eres carne y deseo sin control. En su mirada vi cómo el silencio se quebraba, sus pupilas sólo hablaban de amor. Esta noche viciosa siento sus caricias, dedos fantasmagóricos que mis suspiros desvanecen. Lo confieso, estoy subyugado al lunar trascendental de tu hombro.

Sigo la ruta de los estragos, tu estridente voz me hace volver. Puedo oírla a través de la oscuridad: ¿Quién es ese que te enamora a la distancia? No es amor, es pasado, mi presente es la música de los hombres desesperados.



Qué mujer tan extraña que vive de remembranzas. Las miradas, los murmullos me señalan. Pensamientos impúdicos llenan mi cabeza mientras él ignora los voceos de la multitud inescrupulosa. Ahora solo veo en tus ojos la distancia.

He hallado en ti una atractiva perturbación, una pasión insolente que mis muslos llaman. Eres arquitectura, estructura de la carnalidad. Un relámpago vibrante es testigo del sudor que los cuerpos derraman. La noche condensada en nuestros huesos agotados busca escapar de lo incomprensible de la soledad. No concibo más este pequeño secreto del que mi alma busca escabullirse. Hallo tu hermosura cada noche y aún camino solitario.

Ni el viento o las piedras sueñan con amor, por qué mi ánima no se vuelve inerte y me saca de este vórtice en el que estoy suspendida. La Luna susurra mis humillantes secretos, en las que soy prófuga movida por el instinto. Otra vez te pierdes como los amantes errantes.

Salgo al encuentro, enmascarada. Mi propia sombra me sentencia. Será su boca subterránea, sus ojos diferentes o sus indescifrables manos. Partícipe de mi infortunio, me recorre como el viento a través de un túnel. Mujer de vientre jubiloso no me dejes sin tu boca restringida.


La mañana proyectada en su rostro es indicio de mi deserción. Su silueta no se inmuta de mi evanescencia. Actriz protagónica de mi prolongada mentira procedo indecorosa. He sentido el calor de la noche primitiva. Un suspiro, una lágrima, un murmullo: Reapareces, mi inquieta compañera. No era el miedo, ni su sombra, no era más mi amor, tampoco aquel al que sorprendió mi retirada, fue la ensordecedora contestación del revólver.