Estoy pensando en el recuerdo que más me ha marcado o que haya significado un cambio en mi vida y me vienen a la mente muchas cosas. Me acuerdo una época que mi tía vivió en mi casa, en mi cuarto específicamente, y peleábamos mucho, recuerdo cuando mi ñaño nació después de haber sido por tanto tiempo sólo mis padres y yo, o cuando acompañaba a mi papi a trabajar y en un viaje en helicóptero casi se cae por tomar una foto (y no se cómo es que no se cayó), me invaden recuerdos tristes como lo que fue perder a mi gatita después de estar 11 años juntos a ella y vivir su enfermedad hasta las últimas instancias. De cierta forma todo esto me ayudó a crecer como persona, en aprender a tener paciencia y compartir mi espacio o hasta de la fugacidad de la vida y lo que pasaría si alguien cercano a mí deja este mundo.

Pero no es eso sobre lo que quiero hablar, lo que quiero evocar fue un viaje a Vinces con mi familia, por motivo de un trabajo de mi papá. Debía realizar fotografías para un libro de Jenny Estrada titulado “El montubio”. Viajamos en carro, yo era muy pequeña y en el camino lo único que buscaba era ver animales, una vaca por ahí, un chancho o un burro. Cuando finalmente llegamos para poder llegar hasta la hacienda donde nos íbamos a quedar tuvimos que cruzar un río en una canoa. Yo me moría de los nervios sentía que esta se iba a volcar.

De repente mi papá para molestar a mi mami empieza a mecer la canoa. Podía sentir cómo el agua se entraba y me empapé las medias. Luego de esto empecé a llorar y mi papi por tranquilizarme ya que estábamos cerca de la orilla me dijo que nos metamos al río a bañarnos para que vea que no pasaba nada. Yo no quería pero a las finales accedí. El agua estaba helada y era media verdosa, tenía un olor medio extraño que no se fue de mi ropa por más que la lavaron. Un rato después salimos y nos dirigimos en caballos hacia la casa de los amigos de mi papá, donde dormiríamos.

Ya había anochecido. Luego de instalarnos, guardar la ropa, bañarnos estábamos listos para comer. Mi mamá me llamó y corriendo bajé las escaleras, mi mamá estaba asomada en la ventana del comedor, al mirar a través de esta vi la cosa más hermosa. En el patio se podían ver infinitas lucecitas verdes, era lo único que se podía ver dentro de lo negra que estaba la noche. Las lucecitas verdes luego me enteré que se llamaban luciérnagas.


Obviamente después de esto lo primero que quería hacer era coger una, con mi mamá y un frasco conseguimos agarrar una, era como una lamparita de noche pero verde. Durante toda la semana que pasé ahí no hubo nada más que me haya impresionado de esa forma. No encontré cosa más divertida que tipo 6 de la tarde salir a coger luciérnagas. Recuerdo claramente el sonido de los árboles con el pasar del tiempo, o ciertos ruidos extraños a los que nunca les hice caso, solo podía ver las lucecitas verdes y escuchar el sonido tan particular que tendían. Mi padres me tenían que entrar a las casa casi a la fuerza para que coma y luego para que duerma porque sin importar el frío o lo cansada que podía estar prefería quedarme cazando luciérnagas.

Antes de regresar a Guayaquil me regalaron un frasquito con un montón de luciérnagas, yo estaba feliz aunque no vivieron mucho tiempo.

Por qué este recuerdo significa tanto para mí, la respuesta no es complicada, simplemente que me trae muy buenos recuerdos de cuando viajaba con mi familia más seguido, este fue el último viaje que hicimos juntos. Luego de esto pasó mucho tiempo.