La vio de espaldas, lo único que alcanzaba a divisar era su largo cabello que llegaba hasta la base de su lindo y redondo trasero. Ya la había visto antes pero no se atrevía a acercársele prefería tasar la situación antes de realizar la movida. La vio subirse al bus y empujado por un instinto sobrenatural fue tras ella. Se sentó un puesto atrás de su mujer soñada era el único que quedaba.

A lado suyo se encontraba una viejita con un aspecto sospechoso y un hedor particular. Luis la saludó con un movimiento de cabeza hizo caso omiso a su compañera olorosa, mientras soñaba despierto el encuentro con la muchacha misteriosa.

Un toque en el hombro y podrían hablar de las clases en la universidad, de los profesores, etc. Siempre la había visto en la Facultad pero no veía ninguna clase con ella, creía que podía ser de un ciclo inferior. Un ronquido estruendoso rompió su concentración, era la anciana a su lado, parecía tener algún tipo de monstruo mitológico metido; ningún ser humano podría emitir un sonido como ese.

Luego de un largo rato viendo como la anciana se retorcía y rechinaba haciendo sonidos extraños volvió a ver a su chica, pero esta ya no estaba. El bus paró y la anciana enseguida se levanta y le dice:

– Niño dónde se baja, de aquí el carro no avanza más.

Luis perturbado por la situación se baja en este lugar.

– Puedo ir con usted señora no se dónde estoy, ¡Tengo clases en la universidad!

La señora lo miró con cara de bicho raro y se alejó.

– Irónico –pensó Luis– ahora soy yo el raro­ –y empezó a caminar.

No había recorrido ni tres cuadras cuando un mansito se le acercó, se le llevó el celular y la billetera.

– ¡Qué diablos pasa! Hoy que empezaba clases y me encuentro con la chica que me gusta me viene a pasar esto.

Luego de caminar por un largo rato pasó un taxi, sin chistarlo lo llamó y se dirigió a su casa. No tenía nada de dinero por lo que tuvo que pedir los $8 a su madre quién de mala gana se los dio. Como siempre era un desconsiderado y todo era su culpa por andar pensando en la inmortalidad del cangrejo. Frase preferida de su madre cuando se refiere a todo lo que hace.

Al día siguiente se repitió la escena del bus pero esta vez no había vieja olorosa y se bajó en la parada correcta. Mientras entraba a la clase se percata de un largo cabello y un rostro familiar. ¡Era ella! No dudó en sentarse a su lado pero cada vez que intentaba hablarle el tipo de a lado lo hacía primero. Fue todo un suplicio, la tenía tan cerca que hasta olía su perfume y aun así no conseguía nada.

Ya malhumorado bajaba las escaleras cuando se le cae un cuaderno que llevaba en los brazos, al agacharse a recogerlo el idiota que venía tras de él no se da cuenta y lo empuja, haciéndolo rodar todas las escaleras hasta tropezar con unos pies. ¡Sus pies! Sus ojos saltones lo miraban con preocupación.

– ¿Estás bien? ­–e preguntó ella.
– Ehh… sii, ¡Sí! Fue solo una caída, estoy acostumbrado.
– Ah que bueno, soy Carla, tú estas en el curso conmigo estoy adelantando esa materia.
– Sí, en el curso… –Luis no podía emitir una sola frase con sentido, seguía tirado en suelo y ella lo miraba fijamente.
– ¿No quieres que te ayude a pararte?
– No, tranqui, si puedo solo – y de un solo golpe se puso de pie.

Luis no lo podía creer, su sueño estaba realizado, que más podía pedir. Sentía que podía morir tranquilo, tantas desgracias valieron la pena. En seguida le invitó algo de comer en el bar y le preguntó qué habían echo la clase anterior. Le comentó su suceso en el bus y ella se rió, no podía evitarlo. Poco a poco la parada del bus se convirtió en su punto de encuentro. Conversaban por mucho tiempo mientras esperaban el carro. A partir de este momento Luis nunca más perdió una parada, siempre tenía a Carla a su lado para despertarlo mientras soñaba despierto.